De la fragilidad como tesoro

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Miro a mi alrededor y pienso en los vínculos que entablamos, las relaciones que construimos y la alegría y celebración que la vida supone tantas veces. 
En el tiempo que me toma pestañear, siento la enorme fragilidad de todo aquello. La sensación me inunda el cuerpo entero, me llena los ojos de lágrimas y me eriza la piel. Me conmueve. 
¿Cuánto estaremos acá? ¿Cuánto durará?
A veces me imagino fuera de mi cuerpo, como un narrador omnipresente, y observo mi vida hoy y hacia atrás; casi como si pudiese ver la película que ha sido hasta acá. Fantaseo qué contaría la voz en off, si el relato fuese escrito por alguno de los autores o autoras que más disfruto. Me gusta mucho rememorar mi pasado en la forma de una tercera persona. 

La nostalgia siempre ha sido un modo de visitar los recuerdos que es natural para mí. No lo considero una forma de tristeza, sino parte de la capacidad de conmoverme ante la vida, como aquel misterio que tengo la suerte de disfrutar. A la vez, para poder conservar esas películas del pasado y volver al presente, recuerdo que todo aquello sucedió en un tiempo, espacio y condiciones que fueron únicas y que sólo puedo visitar desde la memoria, o revivir hasta un cierto punto, contándolo a otros o escribiendo sobre ello. Es como acercarse a acariciar el velo que cubre el pasado. Hay cierta sensibilidad recuperable; algunos recuerdos se sienten en la piel, se huelen, se saborean, pero sólo durante un instante que es muy muy breve. Esa brevedad es también la fragilidad de todo cuanto experimentamos en la vida. Es la fugacidad la que potencia el enorme goce ante el recuerdo más hermoso, y también la que nos convoca a volver al presente, por su inevitable finitud. Tras ese regreso, podemos recuperar la consciencia del baúl de tesoros, brillantes y opacos -todos-, con que viajamos curiosamente de manera ligera, en este tránsito afortunado que es la vida. 

La fragilidad tiene para mí las mismas connotaciones e imposibilidades descriptivas que el tiempo. Es un concepto que asociamos a imágenes, pero que es imposible de ser completamente descrito o explicado con una sola definición o ejemplo. Además, suele ser confundida como una cualidad negativa, obviando lo preciada que hace a la condición del Ser.

La fragilidad y el tiempo son nociones que abarcan un millar de intentos de explicación, que coexisten entre sí, incluso cuando esos intentos parezcan contradictorios. En el conjunto, así como en la contradicción, reside el tesoro, el misterio. Son el todo descrito por el conjunto de las partes, pero cuyas partes únicas no logran abarcar la inmensidad de ese todo. La metonimia que nunca podrá ser sinécdoque… (¿era así no?) 🙂 

Creo que lo mismo sucede con la memoria. Es un tesoro de un millar de partes sujeto a órdenes desconocidos. Un misterio que se revela por fragmentos e instantes, y que contradictoriamente no podemos poseer en su completitud. Pero que aún así viaja con nosotros, con sus apariciones intermitentes y su condición omnipresente.

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A quien haya llegado hasta acá, gracias.

Ya saben, me gustaría leerlxs.

2 respuestas a “De la fragilidad como tesoro”

  1. Avatar de Carlos Del Rio
    Carlos Del Rio

    «Hay cierta sensibilidad recuperable; algunos recuerdos se sienten en la piel, se huelen, se saborean, pero sólo durante un instante que es muy muy breve. Esa brevedad es también la fragilidad de todo cuanto experimentamos en la vida»

    muy bello, hoy precisamente esto me toca muy de cerca,

    gracias

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    1. Avatar de Lole Remon

      Espero que resonar con lo que escribo pueda hacerte sentir una forma de compañía 🙂 Es lo lindo de compartir al final.
      Hay algo de magia en esto de sentirnos igual a pesar de no conocernos o no vivir lo mismo… Y lo más loco es que eventos dolorosos así como dichosos, puedan todos evocar la misma sensación.
      Gracias a vos Carlos.

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